"LA VIDA DE GIORDANO BRUNO"

 

LA  JUVENTUD

 

La señora Franlissa Savolino, esposa de Giovani Bruni, una buena y valiente señora que todo Nápoles conocía y apreciaba; desde hacía varios días, se sentía vivamente angustiada, porque su hijo, un jovencito de apenas catorce años, de inteligencia abierta, de ingenio despierto, de carácter franco y vivaz, de pronto y sin que nadie hubiera podido explicarse por qué, había cambiado su comportamiento en forma extraña, totalmente opuesta a su modo de ser.

 

Ya no se le veía salir como antes con jóvenes de su edad a practicar deportes, ni tampoco tomaba parte en juegos y diversiones como solía hacer.  Toda su alegría y desenvoltura había desaparecido.

 

De un momento a otro parecía buscar obstinadamente la soledad, pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su habitación sin dar señales de vida y cuando salía de ella no contestaba ni una palabra si se le preguntaba porqué se aislaba de esa manera.

 

En la calle eludía el encuentro de sus antiguos compañeros, si veía aproximarse a alguno, apuraba el paso y trataba de ocultarse para no ser visto.

 

Naturalmente todos los que conocían a Filippo Bruni, se asombraban de tal conducta por demás incom-prensible, y hablaban con sus padres, especialmente con la señora Franlissa, que seriamente preocupada por lo que veía y por lo que los demás le decían de su hijo, vivía en una continua aprensión.  ¿Pero, qué te pasa Filippo, que tienes?, preguntabale de vez en cuando dulcemente, abrazándolo, besándolo, acariciándolo.

 

El muchacho fijaba sus grandes ojos inteligentes, brillantes, en los de su madre y la contemplaba en silencio largamente, hasta que cohibido no sabiendo como explicar su mutismo, con una sonrisa forzada le asegu-raba que nada le sucedía, y apenas podía corría de nuevo a encerrarse en su pieza de donde sólo salía a la hora de comer y después de haber sido llamado varias veces.

-  Filippo debe tener un gran secreto que no quiere confiar a nadie -  decía una noche de marzo de 1562 la señora Franlissa a su marido.  La soledad en que se obstina a vivir, el silencio que guarda, cada vez que intento hacer que abra su corazón, hacen temer que algo muy grave le está ocurriendo.

 

-  Estará enamorado - exclamó Giovanni Bruni, encogiéndose de hombros sonriente aunque también él, había notado que su Filippo ya no era como antes.  Pero no queriendo aumentar la inquietud de su esposa, fingía no darle importancia a lo que ella decía.  Sabia que como madre vivía pendiente del muchacho, pero además, que era mujer de carácter sensible fácil de impresionar.

 

-  ¡Oh no! - Debe tratarse de algo mucho más grave, más serio, rebatió la madre... te digo que me tiene muy in-tranquila... Se diría que él; sólo, está tratando de hallar una respuesta a algo de lo que depende toda su existen-cia... No puede haber cambiado así de un día al otro sin motivo serio...¡ debe haber alguien que le ha metido en la cabeza quizás qué ideas.-

 

-  ¿Y quién crees que pueda tener alguna influencia sobre un muchacho como nuestro Filippo, sino una mucha-cha?... ¡Ustedes las madres exageran siempre!... ¡No podrá conquistarla, eso es todo!...   Un día u otro la mucha-cha le sonreirá y Filippo volverá a ser alegre y desenvuelto como antes.

 

-  Claro, tu hablas así, con tanta indiferencia, porque no lo oyes suspirar, como yo lo oigo cada vez que se encierra en su habitación, o no lo ves todo el santo día, siempre preocupado, serio, pensativo...

 

 Te digo que algo que aprieta el corazón.  Al menos pudiera saber la causa, el motivo de éste cambio tan grande.

 

-  Bueno, en cuanto a esto, si de veras quieres saber y convencerte que yo tengo razón, hay un medio infalible para enterarte de todo.

 

-  ¿Cual?

Seguirlo cuando sale, pero hacerlo de modo que no lo note, porque, sea lo que sea que le está ocurriendo no hará nada para que descubras su secreto...

 

-  Franlissa miró al marido para ver si hablaba en broma, le parecía terrible espiar a su hijo.

 

-  Sin embargo no hay otro medio agregó Bruni, siempre sonriendo y comprendiendo cuanto pasaba por la mente de su esposa... y por esa noche no se habló más de Filippo.

 

 A la mañana siguiente, Franlissa salió de su casa minutos antes de la hora en que solía hacerlo Filippo, lo esperó detrás del portón de la casa vecina y cuando lo vio pasar lo siguió.

 

 Filippo caminaba rápidamente, como persona que teme llegar tarde a una agradable e interesante en-cuentro, sin mirar siquiera a las personas con las que tropezaba.  La madre lo seguía agitada y temblorosa.  A su alma delicada y gentil le parecía un delito sorprender de tal modo el secreto de su hijo.

 

 Quizás por lo mismo pensaba en mil cosas distintas que jamás hasta ese momento le pasaron por la mente.

  Y si se tratase de una de esas pasiones terribles, invisibles que una vez posesionadas del corazón y de la mente de un joven lo aprisionan para toda la vida?

 Y si se tratase de algo peor aún y que, en lugar de calmar sus temores, la obligara a desaparecerse y avergonzarse de él?

 

 La actitud de Filippo era tal como para dar salida a cualquier suposición, y aquella pobre madre a cada paso que daba detrás de su hijo, y que en ciertos momentos casi corría, sentía como aumentaba la aprensión y la angustia en su corazón.

 

 Llegados a la proximidad de una Iglesia, vio entrar a Filippo resueltamente.  La madre lo siguió, quizás es aquí donde él suele ver a la muchacha de la que se ha enamorado, pensó

Tal como había dicho su marido?, ojalá así fuera...

Entrando en la Iglesia pocos instantes después de Filippo, lo buscó enseguida y lo vio apoyado en una columna, con los ojos vueltos hacia el púlpito desde el cual en dominicano de voz fuerte, potente, de fácil y abun-dante oratoria, de prosa elegante y fluida, predicaba.

 

La iglesia estaba llena de gente, todos miraban fijamente al predicador, todos oían atentamente sus pala-bras, en su silencio tal como sólo se encuentra en los cementerios.

 

Se podría decir que toda esa gente sentada, en pie, arrodillados, contenían la respiración para no perder una sola palabra de aquél sermón.

 

La señora Bruni, en un primer momento no prestaba atención al orador.  A ella le apremiaba antes que nada saber porqué Filippo se encontraba allí, descubrir la causa de su extraño comportamiento que tanto la turba-ba y apenaba, no perdía de vista a su hijo quién a su vez miraba hacia el púlpito y seguía la prédica con suma atención y con el ánimo evidentemente conmovido.  De tanto en tanto el rostro de Filippo se contraía, fruncía el ceño, pero enseguida una sonrisa dulce erraba en sus labios, y en su mirada brotaba un fulgor ardiente y pene-trante.

 

A medida que el fuego del predicador crecía Filippo se agitaba, se reanimaba, estremecido por las emo-ciones  que le causaba aquella elocuencia ardiente, fluida, convincente.

 

Permanecía inmóvil pendiente del predicador.  Evidentemente su Filippo, había perdido la noción del lugar en que estaba y se sentía solo en medio de la multitud, fascinado por la voz del dominicano.

 

Continuó así; arrobado, hasta que la prédica terminó.

El templo quedó vacío pero él parecía no darse cuenta de nada.

La madre entonces se le acercó con el corazón trepidante de emoción, lentamente y él no la vio ¡Filippo!, lo llamó.

 Como si hubiera sido de improvisto despertado de un profundo sueño Filippo, se volvió y:

 - ¡Oh madre! exclamó turbado como si la madre lo descubriera cometiendo una mala acción.

 

La señora Bruni se apoyó en su brazo, como solía hacer cuando salían juntos a caminar y abandonaron la Iglesia.  Volvieron a casa sin decir una sola palabra.

 

Sólo cuando el hijo le pidió permiso para retirarse a descansar, la madre lo miró un momento y:

 

 - ¿Esto era tu secreto?... le preguntó dulcemente conmovida.

 Filippo la abrazó con efusión y exclamó:

 ¡Quiero ser sacerdote, madre, quiero ser sacerdote!

 

Al año siguiente (1563) Filippo Bruni vestía el hábito de San Doménico, y tomaba el nombre de Gior-dano, entrando en el mismo convento en el cual Santo Tomas, había vivido, había pensado y quizás meditado su "Código filosófico del Medio Evo."

 

En el silencio impresionante de aquellos claustros, de ecos siniestros, en aquella soledad triste e inquie-tante, Giordano Bruno, se abandonaba a éxtasis inefables, con toda la confiada sinceridad de un alma pura.  Pero comenzaron las batallas inquietantes del pensamiento, en aquél joven; tenaz ávido escrutador de cada cosa.

 

A veces se exaltaba en la caridad de aquella fe que lo transportaba a regiones puras, feliz de dar su ju-ventud, su vida por el triunfo de la religión de Cristo,  y el más bello de sus ideales era aquél de morir santificado en el martirio que él habría afrontado valerosamente en sostén de aquellas ideas.  Ideas que él creía suyas que consideraba en buena fe nacidas en él, mientras no eran otra cosa que el efecto de las lecturas y de la influencia que sobre él ejercitaba aquél lúgubre, grandioso, solitario edificio y las oraciones y exhortaciones de los compa-ñeros...;  y no tardó en darse cuenta.  Fue entonces que la batalla solitaria de aquél espíritu investigador se hizo áspera, la ortodoxia católica y la ortodoxia protestante o arriana eran a la vez incompatibles y prevalentes entre si.

 

Un día paseando por los jardines del claustro, pensativo y solo como siempre, encontró a un compañero recién llegado al convento, leyendo con atención un libro.

 

 - ¿Qué es lo que lees, hermano? le preguntó.

 -  Las siete alegrías de María Virgen, respondió el novicio.

 -  Bruno se quedó callado un momento, después dijo:

 - ¿Quieres un consejo, hermano.

 -  Habla, hermano.

 Lee la vida de los Santos Padres.

 

Pasaron algunos días, y las batallas del espíritu de Giordano Bruno, aumentaron, al punto que se puso a distribuir a sus compañeros cuantas imágenes tenía de los santos.

 

 -  ¿Pero qué haces hermano? Le preguntaban algunos en tono de dulce reproche.

 

Me basta el crucifijo, respondía Bruno, severamente.  Este hecho llegó a oídos del Padre Superior que lo llamó y retó con dureza amenazándolo con hacerle un proceso si volvía comportarse así.  Y se lo habría hecho ciertamente si Giordano, no hubiera sido tan joven.

 

Giordano Bruno, se quedó callado, no se excusó ni pidió disculpas.

 

Continuó meditando, siempre turbado, indeciso... ¿La verdad era aquella que frecuentemente le cruzaba por la mente atormentándolo, o la otra, aquella que le habían enseñando e impuesto; vale decir observar resignada y humildemente los postulados de su fe?...

 

La lucha anterior seguía, pero él no podía decidir nada.

 

No estaba todavía en grado de conocer y distinguir lo verdadero de lo falso en las ideas que brillaban en su mente.

 

Temía engañarse inclinándose ante una o la otra, así dejó pasar varios años; tomó las órdenes sagradas y en 1572 fue hecho sacerdote sin que ni uno solo se sus actos exteriores revelase sus dudas, las luchas y las tortu-ras que envenenaban su vida interior.

 

Aún cuando celebraba su primera misa en el convento de San Bartolomé, de Nápoles continuaba turba-do y perplejo, preguntándose siempre:

 

¿Lo habían engañado, o se había engañado él?

 

Un día hablando de arrianismo con uno de sus compañeros, el hermano Bounvicino, éste lo condenó despiadadamente con una larga prédica que Giordano, escuchaba pacientemente, pero con la cabeza baja.  Más; de repente, después de haber hecho sobrehumanos esfuerzos para contenerse, dejó el soliloquio (monologo) rebel-de que desde hacía tanto tiempo tenía escondido en el pecho, y defendiendo la doctrina arrianistica dijo:

 

"La doctrina de los arrianos consiste toda, en admitir la generación del Hijo (Jesús) por un acto natural y no por voluntad extra-humana".

 

El hermano Bounvicino, escandalizado, aquellas heréticas palabras, se alejo rápidamente de Giordano, como de un apestado y lo denunció inmediatamente al Superior del convento.

 

Este, sometió  a Bruno, a proceso.  Pero ya la rebelión filosófica había ido madurando junto con la reli-giosa en la mente y el alma de éste último...  Un día examinando el misterio de la Trinidad, reconoció en el Espí-ritu Santo, el alma del universo, y desde aquél instante se dedicó enteramente a la exhumación de la antigua filosofía pitagórica, y a  estudiar a Virgilio.  En el que reencontró muchas de las verdades metafísicas, sobre las que podíase elevar una filosofía nueva, más en consonancia con sus ideas y sobre todo más humana.

 

Convencido de haber hallado al fin el camino de la verdad, se dedicó a estudiar sin descanso, y a escri-bir, ya abiertamente en rebeldía.

 

Escribió entonces;  "EL ARCA DE NOÉ", y la comedia satírica, "EL CANDELABRO".

 

Despreciando la sociedad fosilizada de los pedantes, corrupta por los hipócritas, ignorada por los teólo-gos en la podredumbre de un mundo en descomposición.

 

En tanto el proceso avanzaba y la santa Inquisición no bromeaba.

 

El impío había osado negar dos supremos dogmas del cristianismo y no merecía ninguna piedad, y no habiéndose justificado en modo alguno, debía ser condenado por hereje.

 

Giordano Bruno, que sabía con quienes se enfrentaba, huyó de Nápoles y se refugió en el convento de Santa María de la Minerva.

 

Más la ira de los inquisidores no lo dejó tranquilo mucho tiempo.

 

De Nápoles habían llegado órdenes a Roma para que fuera buscado, pero Bruno huyó de nuevo y atra-vesó toda Italia proclamando la nueva filosofía.  Llegando a Génova, buscó enseguida trabajo para poder mante-nerse y no encontrando nada mejor se puso a corregir pruebas y bocetos de imprenta.

 

Después como no ganara lo suficiente se puso en viaje nuevamente para detenerse en Noli ciudad cortés, libre y dignisima, recta como República, donde su Obispo le confió la enseñanza de los niños.  Pero a los niños se agregaron bien pronto los hombres más selectos de la República.  Para ellos Giordano Bruno, leía en torno a la Esfera, que era la cosmografía de esos tiempos, más no contento sólo de hablarles.  se puso a escribirles, afrontan-do el problema del movimiento de la tierra, según las ideas de Copérnico.

 

En los cinco años que vivió en Noli, Giordano exaltado por la magnífica vista al mar comenzó a sentar las bases de su ordenamiento metafísico como concepto objetivo.

 

Estimaba que el conocimiento de la naturaleza, debía ser el trabajo fundamental, contrariamente a las reglas de Aristóteles que la consideraba como una concesión subjetiva.

 

Viajó después a Savona, Turín, Venecia, Bérgamo, Brescia, Milán y finalmente Ginebra adonde llegó en 1577.

 

Enterándose los herejes napolitanos que Giordano Bruno, se dirigía a Ginebra, donde ellos se habían refugiado, mandaron a su encuentro al jefe de ellos, el Marqués Galeazzo Carazziolo, el que recibió muy cortés-mente al  Dominico.

 

 - Un día el Marqués le dijo a Bruno:

 - Deberíais haceros protestante...

 - No se que es el protestantismo, respondió Bruno, vine aquí animado sólo del deseo de vivir tranquilo, con seguridad, de respirar un poco de aire libre y nada más.

 

Giordano Bruno, no compartía las opiniones de aquellos innovadores del Renacimiento que hacían con-sistir cada cosa en una imitación de forma de culto; él dudaba de la sinceridad y eficacia de las religiones que consideraba como formas transitorias de la conciencia humana y se inclinaba a la religión natural sin más intér-prete que la naturaleza del alma, en directa comunicación con Dios.

 

Por todo ésto, buscaba estar solo la mayor parte del día, ganándose la vida como otras veces lo había hecho, corrigiendo bocetos.

 

Más después la intolerancia calvinista empezó a disgustarlo, dejó Ginebra por Lyon, y de esta ciudad pasó a Toulouse, el estudio allí era en ese entonces floreciente, tanto que Toulouse (Tolosa) era considerada la segunda Universidad de Francia.  En éste lugar Giordano Bruno, se dedicó a dar lecciones sobre la Esfera y a ser lector privado de filosofía.

 

Trabajó y estudió continuamente, con vigor, sin descansar un solo instante; expresó y formuló sus doc-trinas en torno a la Esfera, declaró la pluralidad de los mundos, la rotación de la tierra y disputó públicamente, dictando normas inspiradas por los libros de Raimundo Lullo, último entre los representantes de la falleciente filosofía medieval.

 

Los teólogos y los peripatéticos pronto le hicieron insoportable su estadía en Tolosa y él la abandonó dirigiéndose a París, donde pasó el primer año dando lecciones y preparando trabajos.

 

A continuación fue a la Soborna, como profesor libre, no pudiendo ser lector ordinario de filosofía por-que él, como tal, habría tenido que oír misa y creyéndose excomulgado, no asistía nunca.

 

En el siglo XVI un Profesor libre era como el guerrero ideal que consciente, y seguro de sus estudios afrontaba valerosamente la oposición de la enseñanza oficial, con la certeza que en el auditorio los jóvenes esta-rían de su parte, ya que, a los creyentes de la idea nueva, no les queda otra esperanza cuando luchan, sino aque-llas de tener como compañero en la rebelión a las nuevas generaciones.

 

Así que, la Universidad libre era el campo de batalla en que la nueva idea podía ser manifestada, co-mentada y discutida libremente.

 

Giordano Bruno, después de conocer París, y el ambiente en que se hallaba, comprendió que el círculo del mundo se agrandaba ante él, recordó a Abelardo, a Dante, a Tomás D’Aquino, que en aquella ciudad habían disputado y enseñado; y entendió que para fecundar el germen del pensamiento nuevo se necesitaba la fe... y entonces predicó sobre los treinta atributos de Dios.  Según el orden que Santo Tomás, obtuvo en la suma teoló-gica:  Dios en cada lugar, y en ninguno añadía él.

 

Dios es el fundamento de todo, es el que rige todo, no incluido en el todo, no excluido del todo, excelen-cia y comprensión infinita, pero nada definitivo, pero principio y generación de todo...

 

Así, el Dios del renacimiento, del renacimiento filosófico, surgía entre el ateísmo de lo alto y el escepti-cismo de lo bajo y reverberaba sobre el auditorio toda la espléndida aurora de su luz, después de haber colmado el espíritu de Giordano Bruno, de fuerte entusiasmo.

 

La fama del errante, se expandía por doquier en Europa, todos lo solicitaban, todos lo querían, incluido Enrique III que lo invitaba insistentemente para que se presente en la Corte.

 

 

PARTE SEGUNDA:  "L A  L U C H A"

 

Giordano Bruno estaba bastante perplejo antes de aceptar la invitación de Enrique III, pero finalmente aceptó.

 

 El Rey, lo nombró lector extraordinario, lo colmó de honores y cortesías a las cuales Bruno, correspon-dió dedicándole una obra suya:  "DE UMBRIS IDEARUM".  En éste libro se aclaraban las doctrinas metafísicas del filósofo, y se diseñaba la teoría de la progresividad del humano saber, derivando de ella la facultad del progre-so infinito de la humanidad.

 

Contrariamente a cuanto divulgaban los teólogos que restringían el saber humano a limites fijos, insal-vables, haciendo del medioevo la época definitiva de la historia, mientras el Renacimiento cerraba esa época, abriendo en su lugar la puerta a la aurora de la modernidad.

 

No se detuvo aquí, llamó a los misterios, formas transitorias, interposiciones de la autoridad, por el dogma, de las religiones entre la humanidad y Dios, destinados a desaparecer el día en que los campos todavía inexplorados de la naturaleza el hombre adquirirá por entero la propia conciencia.

 

No pudiendo estar un solo instante ocioso, continuó trabajando y escribiendo febrilmente, dio a conocer:  "EL CANTO" y "DECOMPENDI ARCHITETTURA" el complemento artis Lullio, éste trabajo lo dedicó a Giovanni Maro, embajador en París de la República Veneta.

 

El gran rebelde del Renacimiento, convencido, se fortificaba en el trabajo, en el estudio, y se consolaba con la tranquilidad de la propia conciencia que nada tenía que reprocharle y fue a la luz espléndida de la verdad que le revelaba los más arduos problemas de cuya solución dependía la libertad del pensamiento.  Por lo que sus eternos enemigos buscaban hacerlo sufrir, se conformaba en la amistad de los hombres mas ilustres de su tiempo.  Cuando de París, viajó a Londres, se presentó con una carta de recomendación de Enrique III al Embajador fran-cés Enrique Castelnau de Mouvisiere quién lo acogió con simpatía y admiración.

 

El embajador francés en Londres, era uno de los hombres libre más conocidos de su época, y en su pala-cio se reunía a discutir los doctos y filósofos más notables de ese entonces.

 

Aquí Giordano Bruno, halló hospitalidad  cortes y cordial y volvió a vivir aquella vida familiar que hacía tanto tiempo había abandonado, probando sensaciones nuevas e inefables.

 

La pequeña María, la gentil hija del Embajador, lo consolaba de las penas del exilio, con un mundo de atenciones que él agradecía con el afecto de un padre.

 

Así Giordano era feliz cuando aquella pequeña le sonreía, cuando lo acariciaba, cuando lo miraba y le estrechaba las manos con expansiva vivacidad.  En aquel rostro sereno hallaba la calma para soportar con paciente resignación todo cuanto en Italia se decía y hacía contra él, porque no se arrojaba indignado contra Isabel de Inglaterra, que tenía prisionera a la infeliz María Stuardo, intima de los Mouvisiere, y por ella, corres-pondía con la Corte de Francia, empeñándose enérgicamente con el ardor y entusiasmo que ponía en cada cosa, para salvarla.

 

En este ambiente relativamente calmo y sereno, donde le era dado reencontrar y volver a sentir antiguos afectos y nuevas satisfacciones, maduraba su entendimiento filosófico y esperaba la publicación de sus escritos en idioma italiano, conocido entonces en el mundo de los doctos y en la Corte de la Reina.

 

Gozo casi de plena libertad filosófica, proclamando la cumplida independencia del pensamiento de todo limite autoritario, diciendo que pretendía elevarse a los esplendores de la línea metafísica del mundo.

 

En tal nuevo orden de ideas, escribió el libro de la "EXPLICACION DE LOS TREINTA SE-LLOS",  gustaba repetir con frecuencia:  Soy ciudadano del mundo y de la tierra.

 

Siendo lector en la Universidad de Oxford, Giordano Bruno, disertó sobre:  La inmortalidad del alma, y sobre: La cuádruple esfera, exponiendo contemporáneamente, el problema psicológico y metafísico del mundo, resolviendo el primero en favor del segundo.  Postula que el alma formando parte del universo, sigue las vicisitudes, obedece las leyes y se trasmuta en el infinito, mientras la Esfera se multiplica, caen los cielos, entre mundos paternales en todo y dondequiera haya signos de humanidad.  Este infinito ser que la razón de cada cosa, es el principio de casualidad también de cada cosa, y es una especie de devenir en el ser que después se recogerá en el uno infinito.  tesis y antítesis encontraran en éste uno su absoluta identificación, mientras los planetas rotan-do inexorablemente y los hombres que progresan, explicarán en todas partes las leyes constantes, e inmutables, de como es gobernado el mundo de la naturaleza.

 

En una lectura dijo que el alma es una monada simplisima que envuelve en torno a sí, los áto-mos por aglomeración o los abandona por deglomeración, asumiendo un cuerpo o el otro.

 

En otra lección desarrolló la tesis de la habitabilidad de los mundos, y en otra sucesiva habló de la formación de la especie.

 

La dialéctica de Giordano Bruno, aterró a los doctos de la Universidad de Oxford, pero no los persuadió.  Sucedió que estos comenzaron a concebir quizá qué temores y se unieron los teólogos a los peripatéti-cos, y el refugiado italiano fue obligado a suspender sus lecturas, dedicose entonces a escribir y a ocuparse de sus publicaciones.

 

¿No querían entender su palabra?... y bien él les presentaba sus libros, indiferente del desprecio y del desdén que aquellos demostraban contra él.  Se mostró más resuelto que nunca a combatir por el triunfo de sus ideas hasta el fin, con la palabra, con la pluma y con su sangre si era necesario.

 

Ahora ya, se había volcado completamente a su ideal por el solamente combatía y vivía y así publicó: "LA CENA DE LAS CENIZAS", desarrollando la teoría de Coopernico.

 

En éste trabajo campeó la idea del infinito que es el primado ontológico de toda la filosofía nueva.

 

La substancia es eterna la muerte no existe, existe sólo la transformación.  Entre Dios y la natu-raleza no hay más que un término intermedio:  La naturaleza.  En ésta; el hombre fecunda su pensamiento, siente su voluntad. En el mundo por él habitado que rota entre miríadas de mundos, reverbera un reflejo de la vida uni-versal. Es una nota individualizada en el concierto armónico de los seres.  La vida es un poema de la naturaleza.

 

Emanciparse de la ignorancia quiere decir conquistar la visión de lo verdadero, sin ninguna necesidad de misterios.

 

El paganismo, no ha dado la razón de la vida independiente de supersticiones religiosas.  Es necesario en consecuencia, que la religiosidad sea purificada y esto se obtiene suprimiendo todas las religiones, difundiendo la religión única:  El átomo, individualización del infinito de la naturaleza que es la perenne hacedo-ra y transformadora de la vida.

 

Si debe caer falsificado el mundo del medioevo, deberán ser; así mismo destruidas las injusti-cias que dividen al hombre en dos grandes clases:  la multitud de gente que sufre y las de los pocos que la hacen sufrir.

 

Los eventos políticos obligaron a Monvisiere, a retornas a su patria y también Bruno, abandonó Londres, para volver a París, hacia el final del año 1585.  Era un hombre totalmente distinto de aquél que vino la primera vez a París, si bien no habían pasado tantos años.

 

Su ingenio fortalecido por una cultura extraordinaria, colmado de virilidad, persuadido de las verdades que difundía, sentía que iba a emprender la última decisiva batalla, seguro que cualquiera pudiera ser, el éxito que aquél momento, el triunfo por venir no podía fallarle, porqué, quién se siente inflamado en el fuego de la verdad, sabe que tarde o temprano las tinieblas desaparecerán ante la luz.  Y así como el rebelde no se preocu-pa del éxito inmediato, él sabía que debía dar aquél último, tremendo, y decisivo empujón al aristotelismo, allí en París, a cuya Universidad podía definírsela como la roca de las ideas de las que él era adversario, y se disponía a dar tal empujón con todas las fuerzas de que pudiera disponer.

 

Decidisimo, aunque sé le hubiese asegurado que caería vencido en el intento.  A él, le importa-ba por sobre todo sembrar, en cuanto a recoger la cosecha ésta n era deber suyo.  El porvenir se ocuparía de eso.

 

No tardó mucho tiempo en encontrar la forma más adecuada para transmitir la batalla.

 

El libro no era universal, no llegaría a manos de todos; no todos lo habrían leído, no todos comprenderían lo que él quería verdaderamente transmitir; la filosofía nueva no llegaría al público numeroso que se necesitaba para ser sino aceptada por todos, al menos conocida.  Sabía que surgirían disputas, eso mismo que-ría.

 

Giordano Bruno, estaba afiebrado el día que debía explicar y defender las ciento veinte tesis surgidas de sus largos y minucioso estudios.  Se sentía fuerte y seguro de si mismo, y cuando se presentó en aquél ambiente severo; vió que la sala estaba repleta de gente.

 

Se había hecho acompañar por un tal Henequin, éste tenía la misión de anunciar una a una las teorías que Bruno debía explicar.

 

Era costumbre también; que ésta especie de edecán, interviniera cuando el expositor de turno estuviera en peligro de ser vencido de explayarse completamente.

 

Casi todas aquellas miradas fijas y hostiles, le hacían pensar en tantas armas prontas a ser dis-paradas contra él, no obstante eso, se mantuvo relativamente sereno y calmado frente a aquella multitud rumoro-sa, entre las que había amigos y adversarios.  Se hizo el silencio y colocándose cerca de Bruno.  pronunció la alocución de uso entonces; diciendo que el autor de aquella tesis, presentabase a la asamblea: "COMO PERSO-NA QUE DESPUES DE MADUROS EXAMENES. ESTABA FIRMEMENTE RESUELTO A AFRONTAR CUALQUIER PELIGRO POR AMOR A LA DOCTRINA EN QUE CREIA Y SOSTENIA A TODO TRAN-CE".  Agregó que él quería dar un empujón a la filosofía vulgar y sofisticada (falsa) imperante en las escuelas y pensaba que esas tradiciones y creencias por ser obsoletas, debían ceder el campo a la razón y al saber actuales, la doctrina del infinito, según los recientes estudios astronómicos.  Y concluía diciendo que el autor de aquellas tesis prefería vivir con gloria y sin reinos que reinar sin gloria delante de la estupidez de los hombres.  Quién estima que se puede creer sin razón, en dar prueba de ingratitud contra la Providencia, que nos la dio como un don preci-samente para que la empleásemos.  Al oír tales palabras, un murmullo sordo llenó todo el salón.  Los integrantes de los dos partidos; el teológico y el metafísico se pusieron de pie y comenzaron a insultarse unos a otros con acusaciones violentas y reproches mutuos, gritos destemplados, frases confusas y sin sentido.  intentó varias veces restablecer el orden y la calma para entrar en la cosmología Bruniana, poder explicarla, comentarla y defenderla, más debió gritar mucho antes de obtener un poco de silencio, apenas suficiente para hacerse oír, finalmente lo logró, sostuvo la tesis brillantemente, llamando en su ayuda la facundia fluida, la dialéctica hábil y apretada de Giordano Bruno, cada vez que se sentía a punto de no estar a la altura del grave deber asumido...

 

El resultado fue tal cual el renovador esperaba, pocos días después lo obligaban a abandonar París.  Bruno desde allí se fue a Madenburgo, donde fue rechazado porque él se había presentado como Doctor en teología romana.  Luego paso a Maguncia, más no se quedó mucho días, porque, ni aún trabajando como siem-pre, corrigiendo bocetos ganaba lo necesario para no morir de hambre.  Viajó a Vitemberg, donde se presentó como "ALUMNO DE LAS MISAS.  FILANTROPO AMIGO DE TODOS LOS HOMBRES Y FILOSOFO DE PROFESIÓN".

 

 

Para mantenerse se dedicó a enseñar metafísica en relación a las ciencias físicas matemáticas.

 

En sus lecciones negó la preeminencia de la tierra sobre los otros astros, diciendo que la tierra formaba parte de los mundos que pueblan el infinito.  Afirmaba que todo era gobernado por leyes universales, perennes; Y sostuvo que si había una física, una matemática, una astronomía nueva, debía haber una filosofía nueva, y era por eso que, él, se había puesto a buscarla y la había encontrado, descubriéndola de las doctrinas de Copérnico.

 

Sintetizaba las doctrinas en torno a Dios y el infinito, distribuía sus numerosos libros como una forma directa de enseñar sus ideas.

 

Había hecho a un lado la parte irónica de su carácter; por la seriedad del filósofo; también venció la furia del rebelde al darse, cuenta que en ese tiempo él fundaba la ciencia del porvenir.  De las primeras negativas de Nápoles, de Roma y de Ginebra, subía a la afirmación de París y Londres.

 

Sentía que era llegado el tiempo de reducir a proporciones científicas y ordenadas todo el saber por él renovado.

 

Más, los partidos religiosos no lo dejaban tranquilo tampoco en Rottemburg y se pusieron de acuerdo para alejarlo si persistía en defender su libertad de conciencia.

 

Pero Bruno, no católico, no luterano, no calvinista, respondió;  Qué como libre pensador, prefe-ría recomenzar su peregrinaje por las principales ciudades de Europa.

 

Saludó al Senado de Vittemberg diciendo que un día no lejano Alemania tendría la supremacía filosófica sobre todo el mundo.  Elogió a los vittemburgueses porque sabían respetar la libertad filosófica y reno-vando sus protestas de amor y culto a la filosofía humana, terminó diciendo:  "CON FATIGA SE PROGRESA, DESTERRADO SE APRENDE".  Se fué a Praga donde en Abril de 1589, publicó un opúsculo titulado:  De SPECIERUM SCRUTINIO ET DE LAMPADA COMBINATORIA.

 

Poco después presentó al Emperador Rodolfo, sus ciento cincuenta tesis impresas.  se las dedi-có.  En ellas habla de una ley de amor que debería abarcar a todos los hombres, del mismo modo que la luz del sol ilumina a todos por igual, justos o injustos.  Defiende la necesidad de poder filosofar libremente y dice que:  "EN LA CIUDAD FILOSOFICA ES NUESTRO DEBER COMBATIR LA TIRANIA DE LOS PADRES (SACERDOTES) Y DE CUALQUIERA QUE TRATE DE INTRODUCIRLA Y CONSERVARLA".

 

Dejó Praga, para ir a Helmstaedt, ciudad célebre por su Academia llamada Giulia, nombre del Príncipe reinante, que quiso recompensarlo por la oración fúnebre dicha a los dioses del padre...

 

Giordano Bruno, se quedó en Helmstaedt, hasta 1590.  Más después, cansado e impresionado por un asiduo tenaz pensamiento que  se acercaba su fin, viajó a Francfurt, donde se retiró de todo compromiso, decidido a reordenar tranquilamente sus publicaciones, no agotado ni abatido, y tanto menos vencido por la con-tinua y áspera lucha.

 

Sentía el vivísimo deseo de dejar toda su obra cumplida.

 

Los editores, lo acogieron alegremente y lo alojaron en su convento Carmelitano.

 

 

PARTE TERCERA:  "LA HOGUERA"

 

Algunos meses después, Giordano Bruno, viviendo siempre en Francfurt, recibió aviso que en un veneciano, cierto señor Ciotti, deseaba hablarle para ver si era posible ponerse de acuerdo, pues quería publi-car sus obras en esa ciudad. - Hacedlo pasar - dijo Bruno que estaba trabajando.

 

El librero veneciano entró, ceremonioso y cumplido, haciendo reverencia tras reverencia, incli-naciones y saludos que parecía que nunca iban a terminar.  Giordano Bruno.  ,molesto le rogó que entrara en materia.  Sólo entonces el librero cesó de comportarse como un cortesano  y empezó a mover la lengua.  "Sabía que estaba delante de un genio, ante una luminaria, al hombre mas ilustre que tenía Europa, al primero de los científicos, y por eso sentíanse tan turbado, agitado, confuso y no sabía cómo comportarse, porque él; era un ignorante, un pobre hombre, un mísero gusano que osaba mirar en la cara el sol y había quedado de tal manera deslumbrado que no podia alzar los ojos, y no osaría hacerlo si él, Bruno, no le aseguraba anticipadamente su perdon.

 

Giordano, observaba a aquél hombre con una sensación de disgusto y de compasión.  En su vida jamás había visto, ni menos oido nada más despreciable, y como tenía prisa por sacárselo de encima le dijo secamente:

  - ¿Se puede saber en qué cosa puedo servirlo?...

  - He venido; respondió el librero, a ver la Exposición de Francfurt, (la célebre Feria famosa en Europa por su duración y por la multiplicidad de los expositores y negocios que se realizan en ella), cuando vine a saber que la más grande luminaria de la humanidad...

  - Haced el favor de ir al grano, lo cortó.

  - Bien, hay un ilustre gentil hombre, véneto, nada menos que su Excelencia Giovanni Mocéni-go, que atraído por la fama mundial de vuestra Excelencia, desearía conoceros personalmente, tanto más que tiene intención de conocer y aprender la filosofía nueva.

 

Si vuestra Señoría se decidiese a viajar a Venecia, yo me sentiría agradecido y obligado a Vos y el Ilustrísimo Señor Mocénigo... Giordano Bruno, impacientado por aquel río de estupideces, se había puesto de pié, y sin esperar que el librero continuase:

 

  - Andad, le dice.-  Diréis al Señor Mocénigo, que pronto iré a Venecia...

  - ¡ Más, que placer!, ¡oh!, cuánto honor... Venecia estará orgullosa de recibiros.

  - Si, si ahora id, id, y tomándolo de un brazo, Bruno, condujo con brusquedad al veneciano, hasta la puerta.

 

El editor volvió a inclinarse con una profunda reverencia, murmuro todavía algunos cumplidos y se fue con un gran alivio para Giordano, que ya temía no poderse librar de su molesto visitante.

 

A Giordano Bruno, la idea de volver a ver un trozo de tierra italiana, de aquella Italia que no había podido olvidar nunca, lo hacía feliz, por eso apenas pudo terminar las cosas más urgentes partió para Zu-rich y desde esa ciudad pasó a Venecia, y después de tomar habitación en un cómodo albergue, mandó a avisar al Señor Mocénigo, que había llegado.

 

Este llegó de inmediato y después de los saludos de cortesía solicitó insistentemente que Bruno, fuese a alojar en su casa.

 

Giordano Bruno, no deseaba dejar el albergue, pero por más pretextos que dio, el gentilhombre no cejó hasta convencerlo.

 

En la casa de Mocénigo, fue presentado a todas las familias ilustres de Venecia, entre las cuales conoció a la noblisima familia Morosini.  Fue invitado a las célebres tertulias que se celebraban en su palacio, donde la flor y nata de la inteligencia veneta reuníase para comentar y discutir las controversias filosóficas del momento.

 

De Venecia, viajaba con frecuencia a Padua, donde daba lecciones a jóvenes alemanes.  Giova-ni Mocénigo, fingía aprovechar las lecciones que Bruno le daba, éste se comportaba siempre secamente.

 

En cambio el alumno parecía o aparentaba entusiasmo, más; cuando las lecciones iban muy adelantadas, el ilustre Señor Mocénigo, se presentó al Santo Oficio para denunciar a Giordano Bruno, como hereje y propagador de ideas nefastas.

 

Por la manera de tratarlo aquel, antes tan absequiosa, y ahora abiertamente descortés, bruno, comprendió enseguida que no debía permanecer más tiempo en Venecia, y dando un pretexto cualquiera fue a despedirse de su alumno.

 

  - Pero no, querido maestro, no os vaís no puedo permitir que nos dejéis.  Quedados unos días por favor

  - No, no me es posible, tengo que ocuparme de mis libros...

  - ¡Quedaos os lo ruego!

  - De veras no puedo, las publicaciones...

  - ¡ Oh. vamos podrán esperar un poco...

 

Giordano Bruno, insistía que debía partir, pero al fin creyendo sinceras las frases de afecto que Mocénigo le prodigaba para entretenerlo en su casa aceptó...

 

  - Bien, me quedaré ocho días más, dijo.

  - Una sonrisa triunfante erró en los labios del gentilhombre veneciano.  Pocos días después, precisamente la noche del 22 de Mayo de 1592, Giordano Bruno, fue apresado (arrestado), por orden del mismí-simo Mocénigo.

 

Fue encerrado en una habitación del palacio, donde estuvo hasta que los esbirros de la Inquisi-ción vinieron a prenderlo para trasladarlo a la cárcel.

 

El 29 de mayo de 1592, siete días después de su arresto, Giordano Bruno, era llevado delante del Tribunal del Santo Oficio Veneciano.

 

Iniciando el interrogatorio, Bruno, interrumpió a sus jueces, y con el ímpetu de un alma ofen-dida por la injusticia, narró su vida entera, esperando quizás; que su existencia incontaminada pudiera hacer olvidar su apostasía de sacerdote rebelde y desertor del convento.

 

Los inquisidores por ese día no hablaron más y Bruno, fue devuelto a la cárcel.

 

El 2 de Junio volvió a ser llevado ante sus jueces, estos lo sometieron a un durisimo interroga-torio.  A todas las variadas preguntas que le hicieron Giordano dio categóricas respuestas.  Dijo que por mucho que su filosofía repugnase indirectamente a la fe, en cuanto que repugnaba a aquella de Aristóteles o de Platón, todavía nunca había enseñado o escrito nada que directamente se opusiese a aquella.

 

El creía, explico, en un mundo infinito en grandeza, infinito por su multitud, gobernado por una ley general y constante que él, llamaba providencia, en virtud de la cual cada cosa vive, vegeta, se mueve y está en su perfección.

 

Creía que la divinidad tenía tres principales atributos; las cosas tienen:

El ser por razón de la mente, el ordenado ser es distinto por razón del amor.  Agregó que para él, el vocablo creación expresaba la dependencia del mundo de la primera causa de que juzgue el mundo entero y probado.

 

Que en los términos de la razón natural, él, había dudado de la encarnación del verbo, el cual es llamado por los filósofos, intelecto e hijo de la mente, y que sí mismo uno, el espíritu divino no fue hallado por él más que como el alma del universo en conformidad con los conocidos versos de Virgilio.

 

Que se declaraba culpable por cuanto podía haber pensado contra las enseñanzas de la Iglesia, pero que rechazaba las otras acusaciones por ser indignas de serles atribuidas a él.  Ofrecía como prueba el elenco de sus libros, para que así el Santo Oficio los examinara y se persuadiera que nada ofensivo había en ellos, contra la religión católica.

 

Los jueces sin deliberar entre sí lo devolvieron a la cárcel.

 

El 30 de Julio del año 1592, Giordano Bruno, fue llevado otra vez al Tribunal, donde se le hizo leer la fórmula de su arrepentimiento que es el siguiente en la forma italiana exacta, de aquellos tiempos:

 

  - Puede ser que yo, en tanto tiempo cursado (pronunció lentamente Giordano Bruno, para dar mayor realce a cada una de sus palabras), haya todavía errado desviándome de la Santa Iglesia, en otras maneras de las que he expuesto, y me encuentre todavía cazado en otras censuras, más; sí bien yo he pensado mucho en esto, no empero lo reconozco.

 

He confesado y confieso ahora los errores más prontamente, y estoy aquí, en las manos de vuestras Señorías ilustrísimas, para recibir remedio a mi salud.  Del arrepentimiento de mis delitos, (culpas) no podía decir tanto y cuánto es, ni expresarme eficazmente como lo desearía el ánimo mío.

 

Después, cayendo de rodillas siguió; pido humildemente perdón al Señor Dios, y a vuestras Señorías Ilustrísimas por todos los errores por mí cometidos y estoy aquí, pronto a seguir cuánto de vuestra pru-dencia será deliberado y juzgado conveniente para el alma mía.  Además suplico que me sea aplicado un castigo que exceda en gravedad al castigo que merezco, antes que dar públicas demostraciones de las cuales pudiese redundar algún deshonro al sagrado hábito de la religión que he llevado.

 

Y si la misericordia de Dios, y de la Señorías Ilustrísimas me será concedida la vida, prometo hacer reforma notable al sentido que le había dado a mi vida, con otro tanto más edificante.

 

El 27 de febrero del año 1953, Giordano Bruno, entraba en las cárceles de la Inquisición de Roma donde estuvo prisionero siete largos años, y el 9 de Febrero del año 1600, le fue leída la sentencia en el convento de Santa María de la Minerva,  allí donde dieciséis años atrás se había refugiado, huyendo del convento de Nápoles.

 

El espectáculo era solemne.

 

Giordano Bruno, estaba de rodillas  en el medio y llevaba sobre la túnica de prisionero el Sam-benito con los diablos rojos pintados haciendo pedazo las almas de los herejes.

 

Alrededor del recluso estaban los sacerdotes, los hermanos y soldados en los altos, los miem-bros de la Congregación del Santo Oficio, Deza, Ballarmino, Baronio.  Y entre comisarios, consultores, califica-dores y doctores, algunos que fueron compañeros de noviciado y de sacerdocio.

 

Afuera el pueblo tumultuoso, mientras el río Tévere, revolvía sus ondas fangosas, indiferente al martirio de los hombres del Renacimiento, como lo fue para  los cristianos víctimas de la persecución pagana.

 

El canciller leyó la sentencia en voz alta mientras el hermano Giordano Bruno, permanecía de rodillas.

 

Cuando la lectura llegó a su fin, los jueces procedieron a degradar al condenado al par que recitaban la fórmula de rigor.

 

"Por la autoridad de Dios, omnipotente, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y por la auto-ridad nuestra, te despojamos del hábito clerical te deponemos, te degradamos y te privamos de toda orden y bene-ficio eclesiástico.  Luego de la degradación Giordano, el rebelde; se levantó y girando la mirada en torno suyo, el rostro encendido, desdeñoso y altivo, se volvió a los jueces y les gritó:

 

"TEMEIS MAS VOSOTROS EN LEER MI CONDENA, QUE YO EN SER CONDENA-DO".

  (1) Eymerici Nicolai.- Directorium Inquisitorum.

  (2) Maori fortisan cum timore en me sententian fertis qua ego

                         accipian.

 

A continuación el inquisidor anunció que Bruno desde ese momento ya no pertenecía a la Santa Iglesia y que ahora estaba en poder de las autoridades laicas las que dependían del poder político de los Papas.

 

Que éstas autoridades, habían dictado la sentencia, por la cual se condenaba al futuro mártir, a ser quemado en la hoguera para evitar derramamiento de sangre.

 

La ejecución de Giordano Bruno sería llevada a cabo por los elementos más reaccionarios del clericalismo.

 

Cuando Bruno terminó de hablar, fue entregado en manos del magistrado secular.  Este, ordenó que el condenado, fuera sacado del convento de Santa María de la Minerva por la guardia urbana y conducido a la cárcel pública.

 

Allí lo dejaron todavía ocho días para ver si el prisionero daba nuestras de sincero arrepenti-miento, pero el tiempo pasó y Bruno se mantuvo tranquilo y en silencio.

 

La certeza y cercanía de su muerte no lo asustaba y menos la terrible idea de la hoguera.  Sen-tía, sí un enorme disgusto por ese mundo tan distinto de aquél que el había imaginado y que había aspirado para la humanidad sufriente.

 

Ahora veía en la muerte, el fin de tantos contrastes y tantas dolorosas fatigas, casi la bendecía, como liberadora de todos los males.

 

Muchas veces había razonado consigo mismo, la probabilidad de encontrar la muerte por de-fender sus ideas y opiniones, y siempre se negaba a la conclusión que de ser necesario la esperaría y afrontaría con dignidad y valor.  Y ahí había llegado el momento decisivo, el último, sí, su vida terminaba y él debía pre-sentarse ante todos, fuerte y sereno como un mártir en la pira libertadora.

 

Finalmente llegó el invocado y casi deseado 17 de Febrero.

 

Era día de jubileo.

 

El papa Clemente VIII (octavo) lo celebraba , y los jesuitas habían instituido el oficio de las cuarenta horas y lo festejaban precisamente en esos días.

 

Clemente VIII celebraba en su Iglesia para agregar esplendor a aquella nueva función religiosa.

 

La multitud por las calles de Roma era impresionante, por todas partes aparecían largas filas de individuos extrañamente ataviados, que entraban a las iglesias implorando perdón por los pecados cometidos, entonando cánticos y elevando preces a Dios.

 

Se podría haber dicho que todos los corazones sólo albergaban la bondad la clemencia, la mise-ricordia, se podría haber pensado que clero y pueblo entonaban a coro un himno de gratitud a lo alto, en paz con Dios y sus conciencias.

 

Rogando por la concordia de todas las almas, por la prosperidad de la humana familia y el bienestar universal.

 

Pero mientras tanto, un hombre de rostro descarnado, orlando de una pequeña barba entrecana, más bien bajo, frágil, caminaba ensimismado entre aquellos gritos exaltados, hacia el Campo de las flores, cerca del teatro edificado por Pompeyo después de la guerra Miotrodes, donde le esperaba el cadalso, un grueso madero circundado de astillas de leña en el que él; moriría triste pero libre de odios y rencores.

 

El cortejo fúnebre era precedido por soldados sacerdotes y representantes por sus carceleros; y más soldados y sacerdotes.

 

Alrededor de la pira funeraria, apiñábase el pueblo, gritando, empujándose, burlándose de todo y de todos.

 

Al llegar a la plaza, los soldados abrieron espacio por el que avanzaba el prisionero, la multitud enmudeció.

 

La víctima es conducida al cadalso y amarrada fuertemente al grueso palo, luego éste es eleva-do por los guardias, ya en lo alto, da una última mirada a esa tierra que amó tanto; y no obstante el dolor que ya estremece su carne ni un grito ni una queja sale de su boca.   Su alma vuela libre hacia la eternidad.

 

  "ASI SE MUERE EN ESTA DIVINA ITALIA, TIERRA DE REBELDES, DE MARTIRES Y DE HEROES".